lunes, febrero 04, 2013

En la prisión, pagan los soñadores.



-Para trabajar en una cárcel venezolana no debes tener buenas intenciones-. Ese es uno de los aprendizajes que me llevo después de estar 5 años lidiando con las consecuencias negativas, que me ha traído tener buenos propósitos. Una vez le pregunté a mi terapeuta por qué era tan difícil cambiar la situación penal, estaba indignada porque tenía tantas ideas y nadie me escuchaba, él me dijo: a los soñadores nadie los escucha. Me fui decepcionada y dolida, pero dentro de mí sabía que era verdad. A diario veo cantidad de señoras y niños que visitan a sus familiares, cargados de bolsas y de esperanzas. ¿Acaso no sueñan ellos con la libertad de los suyos?, entonces ¿por qué no puedo soñar yo, con un mejor sistema penitenciario venezolano?

En Agosto de 2012, un grupo de compañeras y yo fuimos públicamente humilladas por una de estas jefas que complementan la burocracia del Sistema Penitenciario en Venezuela, ella junto a sus “seguidores” (véase: jala bolas en criollito), nos acorralaron en una suerte de pared de fusilamiento, dentro de una oficina del Internado Judicial de Carabobo (tocuyito), ésta jefa decía que nosotras éramos una especie de infiltradas que estábamos transmitiendo la información que ella nos giraba, a los internos del Centro Penitenciario, dentro de mi, -debo confesar- que estaba riendo, -¿Infiltradas?-, esas palabras de tipo paranoides que ellos siempre suelen decir, tenían para mi, mucho color a chiste.

-Coloquen sus teléfonos en la mesa-, dijo la señora (ex/jefa), y alzando su voz con gentilicio andino, comenzó el sermón (y eso que no era Domingo, y eso que ella no es sacerdote): “Estoy cansada de funcionarios corruptos, estoy cansada de dar información y que los internos se enteren, estoy cansada de los deshonestos, sucios e infiltrados, estoy cansada y llena de terror ante tanta deslealtad”. -¡Vaya!- pensaba yo, la señora tiene un ataque de conciencia y se está confesando, -¡maravilloso!- . Mi sorpresa fue cuando la señora en cuestión dijo: “estoy cansada de ustedes, (y con su dedo índice nos acusó), ustedes que transmiten información, que no siguen directrices y que son unos corruptos”. –Ah caramba, no era una confesión sino una acusación-. Continuó la señora: “Y por esa razón, sus teléfonos celulares quedan decomisados, los vamos a investigar, nos llevaremos los celulares y el que se comunicó con los internos, será castigado con todo el peso de la ley”. –Dentro de mi, esperé con ansiedad la cámara de qué locura-, (y valga la cuña para el programa), pero nunca llegó la cámara.

Los seguidores de la señora, comenzaron entonces la humillación: sacaban las baterías de nuestros celulares, anotaban los códigos, y se reían entre ellos. -¿Dónde está la orden de decomiso, dónde está la fiscal del Ministerio Público?-, se atrevió a decir una de mis compañeras. “No hay orden ni fiscal, si quieren la llaman ustedes”. Lo que le siguió a dicho procedimiento fueron lágrimas, y desespero de mis compañeras y mías, llamábamos para que nos ayudaran y las respuestas eran: “tranquilas, se compran otro celular”. 30 de Agosto de 2012. Internado Judicial de Carabobo, 9 funcionarias de quince y último, son públicamente humilladas sin que alguien alzara la voz. Los teléfonos era lo de menos, fue la forma, la manera, la persecución. Hasta las 9:30 de la noche, sin actas u orden. La señora actuó y nos humilló, 9 teléfonos se llevó.

5 meses han pasado, ya todas con nuevos celulares recordamos el evento y aún nos indignamos. Ese 30 de Agosto mientras veía sus caras, recordaba las palabras de mi terapeuta: a los soñadores nadie los escucha. Solo que ese día, encerrada en mi decepción y llena todavía de más y mejores intenciones, me repetí sin cesar: Lo que nadie sabe, es que las soñadoras como yo, jamás pueden ser domadas.



Sol Meléndez
04-02-2013